sábado, 14 de febrero de 2015

El vicio de Fernanda


Fernanda mira la pesada bolsa que sostiene en sus manos.

- Haga el favor de abrirla -Le comunica su Supervisor en la parte de fuera de la pesada puerta que flanquea la cocina. A su alrededor, una compañera y un representante sindical la miran intentando predecir su gesto.

Fernanda lleva toda una vida trabajando como Cocinera en un centro hospitalario, gestionado por una empresa de Restauracion Colectiva. Una más de las que se iban alternando en su regencia, a lo largo de los años. Cada cierto tiempo, cambiaba de uniforme, aparecía un nuevo jefe con las mejores intenciones, con un nuevo menú en el que cambiaban algunos productos y algunos proveedores, se incorporaban algunas mejoras estructurales, se les facilitaba alguna herramienta nueva de trabajo y se les impartía formación actualizada. Pero lo esencial de cada día no cambiaba: Hacer los pedidos, preparar los productos, cocinar, y si la situación era propicia "limpiar la cámara frigorífica". Al principio era bastante fácil hacerlo sin que se notara. Debería haber advertido, con el tiempo y con los nuevos avances tecnológicos incorporados, que las empresas ya controlaban los gramos de cada producto que eran necesarios, en función de los comensales, y "las mermas".

Todo comenzó por necesidad una noche en la que los supermercados ya estaban cerrados y se apercibió de que había olvidado hacer la compra. Un par de filetes de ternera, algo de verdura y unas piezas de fruta no serían echados en falta de la cámara. Lo que empezó como una necesidad se convirtió en costumbre y ya no eran un par de filetes, sino bastante más. Había que organizarlo muy bien para no tener testigos, y preferiblemente los días precedentes a su descanso semanal. Era un vicio que la empujaba cada semana y que la ponía de los nervios cuando las cosas se complicaban y los planes no salían como esperaba. Se había acostumbrado a una práctica que le reportaba cuantiosos ahorros a final de mes, pero que, finalmente, la había llevado a la terrible desgracia de ser arrebatada, bruscamente, de su magnífico salario, y posiblemente de sus posibilidades de acceder de nuevo al mercado laboral, con sus 57 años cumplidos.

La bolsa se abrió tímidamente mientras un queso, varias lonchas de carne, yogures, y varios productos de la huerta participaron en el lúgubre comité de despedida.


¿Conoces casos parecidos a los de Fernanda? ¿Cómo acabó la historia?
 

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