viernes, 23 de diciembre de 2011

Las edades de Pepe y María y la Restauración Colectiva.

Las vivencias de Pepe son tantas que, al poblar su frente, hasta se molestan. No caben y se montan unas encima de otras, como afluentes de río crecido, desbordado. Sus cristalinos ojos reflejan todavía ese espíritu hiperactivo y luchador de la generación del 33 y la tristeza de la guerra civil, donde perdió a su padre, Paquito. La escasez era una visita obligada cada día en su casa, lo que le obligó pronto a dejar la escuela. Trabajó en el campo, y cuando pudo de peón de albañil, llegando hasta oficial para terminar de chapucillas haciendo “apaños”, lo que le permitió casarse, “darle estudios” a sus dos hijos y hace dos años, a la muerte de su esposa , acceder a una hipoteca inversa que le daría la entrada a “la residencia”. Acaba la actividad de hoy, gimnasia, y sale al jardín. Como cada mañana, se deja orientar por el olor a comida que le lleva hasta la cocina, hasta María. “Cuando era joven no podía comer todo esto porque no tenía dinero, y ahora …tampoco” Se dirige a María con una amarga voz, mirada extraviada, quizás en el pasado. Una rabiosa mueca que deja prohibida cualquier réplica al estricto menú de diabético de mil quinientos. María, que va y viene continuamente por la cocina con cazos, ollas, chuchillos,…y un sin fin de utensilios de cocina, le saluda “Buenos días Don Pepe, No se queje ….¿Cómo estamos hoy?”. Pepe la sonríe “Vamos a dejar lo de Don y mejor no contesto, ¡que sube el pan!”. ¿Qué tenemos hoy para deleitar el paladar?. A la pregunta que se repite cada día en su paseo matinal a las doce sigue la misma respuesta, “la tiene usted en el tablón Pepe, para usted, hoy, como a todos, deliciosa ensalada y paella”, le guiña el ojo María, la cocinera.

A sus 70 años, Pepe, es el más joven de los residentes. Ostenta la prestigiosa categoría de válido. Es diabético y tiene el nivel más alto de colesterol según sentencia del Dr. Mateo. Pepe pretende a María, 7 años más joven que él. Le ha conquistado, principalmente, por el paladar; o quizá por llenar todos los días unos minutos de su enorme tiempo con varias sonrisas y palabras de cariño, que tiene que compartir con otros, pero de las cuales se adueña. María es viuda, y conoce lo que es la soledad desde que emigró de su patria, Bolivia. Allí no le quedan más que malos recuerdos. Primero fue la muerte de su marido, y ese mismo año la de su hija, con tan sólo tres años. Regresó a la muerte de su madre para jurar que nunca más volvería, tan cierto como que nunca conoció a su padre.

María no tiene a nadie, y ya piensa en su jubilación. Posiblemente “la Residencia” le de una plaza si junta todos sus ahorros y los entrega, para qué quiere ella nada, y además, esa es, realmente, la familia que le queda.

Pepe espera que el calor de María le consuele en las solitarias y largas noches, antes de quedar postrado en la cama definitivamente, como Sebastián. Mejor es que me de un “jamacuco” y me quede frito como Ermenegildo, que pasar a estado vegetal, piensa mientras camina hacia el comedor, entre las aromáticas hierbas de que consta el sur del jardín, donde siempre predomina el olor a Romero. María espera que haya una plaza para ella, poder tener compañía para las múltiples actividades y fiestas que organiza el centro o que se siente a su lado en misa. Espera una plaza, también, para poder ……….descansar.