domingo, 26 de enero de 2014

El extraño caso de la CIUDAD SIN HAMBRE

Una revista, con un niño de desproporcionada barriga protagonizando la portada, ocupa las manos de la alcaldesa Ana, pero no su visión, secuestrada por el paisaje que se proyecta a través de la ventana. Al fondo, una gran chimenea que corona la enorme cocina pública se asoma entre unas palmeras que mueven sus ramas acompañando al ligero viento del rojizo atardecer, resistiendo, por el momento, a la incipiente lluvia. La alcaldesa sonríe. Tiene ante si su sueño. Ha sido capaz de alcanzar el hito de proporcionar a bajo coste la comida a toda la población de la ciudad y de forma gratuita a quien no supera el salario mínimo interprofesional.
 
Años atrás, una imagen la marcó emocionalmente, cuando tan sólo era aspirante a una defenestrada política en la oposición, sin recursos y simultaneando su vocación con un trabajo en el sector de la restauracion colectiva. Una noche, momentos después de depositar la basura en uno de los contenedores cercanos a su casa, un grupo de personas se abalanzó sobre los despojos que acababa de abandonar, en una lucha encarnizada. Segundos más tarde, ya en el ascensor, un tremendo pánico se apoderó de ella al advertir su sentimiento de total indiferencia. ¿En qué clase de persona se había convertido aquella estudiante comprometida con la sociedad? 
 
Años después del suceso, las noticias de un periódico local publicaban su nombramiento como alcaldesa de la ciudad. En un lateral, prácticamente desapercibido, en pequeñas letras, aparecía el inicio de un artículo que versaba acerca de la conveniencia sobre si la gestión del servicio de alimentación suministrada en un hospital debía ser pública o privada. Diez euros por día y persona era el precio de una pensión o dicho de otro modo, de cuatro ingestas: desayuno, almuerzo (con dos platos, agua, pan y postre), merienda y cena (con dos platos, agua, pan y postre), para un volumen de cuatrocientos comensales aproximadamente. Si esto era posible, ¿Por qué no trasladar el servicio a toda la población? Evidentemente, las economias de escala del proyecto podrían hacer maravillas y bajar ostensiblemente el coste. ¡Qué maravilloso regalo le había dado su experiencia en el sector!
 
Varias empresas especializadas en el sector de la restauracion colectiva participaron invitadas en el asesoramiento técnico del proyecto. Se elaboró y adjudicó el concurso público, con el compromiso de inversión en la ciudad de una gran cocina central, capaz de elaborar decenas de miles de platos diarios, lo que supuso la creación de centenas de puestos de trabajo directos y otros tantos indirectos. La recaudación fiscal se incrementó notablemente a partir de entonces. El ahorro en energía y agua que se produjo en cada hogar, debido a la práctica erradicación del cocinado y friegue, permitió que los ciudadanos se vieran económicamente más desenvueltos en sus finanzas personales. El ahorro en la recogida de basuras donde ya no había, prácticamente, ni restos orgánicos ni envases, permitía destinar más recursos al proyecto. Además, el ahorro en el tiempo dedicado a la compra, cocinado, friegue, etc. se dedicaba al feliz ocio ciudadano: deporte, tiempo en familia, cultura,...
 
Los tristes bares, lastrados como consecuencia de la crisis, y terriblemente enfadados por la desleal competencia que advertían en el proyecto, cambiaron su actitud cuando se les ofreció la posibilidad de convertirse en bares colectivos, a pie de calle. El precio no era muy atractivo a primera vista, pero el bajo coste de la mano de obra adicional y de la variada comida preparada en la cocina central y lista para ser retermalizada, unido al incremento del  volumen que adquiría el negocio, englobando a centenas de vecinos, les proporcionaría mayores beneficios que los actuales. Tan  sólo tenían que presentar su oferta técnica y económica en el concurso público, ofreciendo un canon  y la inversión adecuada para habilitar sus cocinas e  instalar el hardware y software necesario para la gestión individualizada de los comensales. El negocio era redondo para ambas partes.
 
Así pues, los ciudadanos pueden desayunar, comer y cenar en los bares del barrio, como cualquier comensal, a un precio muy competitivo, por debajo de lo que les cuesta hacerlo en casa. Los niños tienen su almuerzo y merienda preparados cada mañana y cada tarde, respectivamente. Evidentemente, aquellos que desean platos especiales, con un coste superior, deben abonar la diferencia. Las ingestas, ahora, nutricionalmente equilibradas han comenzado a  bajar los graves problemas de malnutrición y de obesidad en la población. No era tan difícil, tan sólo había que individualizar cada tarjeta y conectar el programa con las recomendaciones nutricionales adaptadas al individuo, según su edad, sexo y recomendaciones nutricionales realizadas por el médico de cabecera. El sistema informático posibilita varias alternativas en función de las anteriores ingestas, pudiendo introducir niveles de actividad diaria para adaptar mejor la dieta.
 
Las relaciones entre los vecinos en los bares han vuelto a ser fuertes y alegres, dejando atrás el escenario del, tan sólo, cordial y precipitado saludo en el ascensor.
 
¿Conoces el nombre de esta ciudad? ¿Nos vemos en el bar colectivo?