viernes, 18 de abril de 2014

El #dulce #sabor de la #vida


Plasss, chassss, plassss. Las olas golpean sobre el arrecife intentando invadir la playa de Fonforrón, Porto do Son. Sin embargo, ese ininteligible sonido para cualquier persona es un mensaje cifrado para Vicente. Las olas le hablan a su modo. Le dicen que son libres y que busque su libertad lejos. Le dicen que están unidas y que de ahí radica su enorme fortaleza. Es hora de visitar a papá en Canadá y de estudiar una prometedora ingeniería en la universidad. 
 
Una dormida vocación de pastelero, disfrazada de Lunes a Viernes de ingeniería electrónica, empezó a despertar entre los cacharros de la cocina que fregaba asiduamente con conciencia los fines de semana, y alguna que otra noche. Vicente observaba la felicidad de quien trabajaba los dulces y la profunda dilatación de pupilas de las hermosas mujeres y lo más granado de la sociedad canadiense que visitaban la pastelería de su padre, ante semejante presentación de exquisitos dulces y pasteles de crema pastelera, crema de mantequilla, Chantilly,... Las masas le planteaban un reto diario, ser mejor que su maestro, que su amigo, que su compañero y... padre. El horno entró en su vida sin pretenderlo para cambiar la universidad por la escuela de hostelería, donde en tan sólo tres días su nivel reflejó el complemento necesario: las técnicas de decoración trabajando el azúcar, nougat, pastillaje, chocolate plástico, etc.

Pasaron los años, y las olas le seguían hablando a Vicente. Le insinuaban que el mundo era demasiado grande y la vida demasiado corta para desperdiciarla en esa pequeña pastelería. Habría otros negocios que necesitarían de su tecnica en pasteleria y de su pasión. Habría otras personas que deberían aprender algo muy importante: endulzar la vida.

Cuba, Andorra, Portugal, Jamaica, Inglaterra, Santiago de Compostela, ... Lugares increíbles donde Vicente enseñó a numerosos pasteleros pero también aprendió que el sabor dulce muchas veces enmascara a otros sabores y que, dentro del sector, también hay profesionales oscuros, prepotentes, intolerantes, amargos,... Son profesionales que merecían ser desenmascarados, aunque ello le costara su puesto de trabajo o su salud.

Vicente consume ahora, sin pena ni gloria, un típico menú que sirve la empresa de restauracion colectiva en el hospital. Llora su desgracia, su mal infortunio, su lamentable mala suerte, su terrible estado de salud. Su anciano compañero de cama le consuela


-Vicente, no llores. ¡Mírame a mí! Llevo ya varias operaciones y te digo que de esta se sale si eres fuerte y piensas en positivo.

Es un día festivo, un rayo de luz se filtra por la ventana para depositarse sobre una fiambrera tapada. Al abrirla, le sorprende un delicioso postre: milhoja de merengue. Su mente viaja instantáneamente al pasado, y ve a su madre trayéndole este delicioso postre, y de nuevo, desde la distancia, oye las olas que le recuerdan una de sus enseñanzas. Cualquier situación en la vida siempre se cierra con "el postre", que es un severo juez, pudiendo condenar una gran velada o absolverla con un increíble y maravilloso torrente en las glándulas salivales.


La primera impresión mucho cuenta, pero la última absuelve o condena.

¿Qué es más importante la primera impresión o la última?

PD: Vicente! La República Dominicana te espera.
 
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